lunes, 7 de octubre de 2013

Triatlón IBERMAN

     Este fin de semana, como sabéis, he ido con la famili y los colegas de la playa a trabajar en el Triatlón IBERMAN en Islantilla. Hemos repartido botellas en mitad de la autovía a los ciclistas, repartido veinte kilos de plátano a cada corredor, hemos sido testigos de cómo es posible orinar con un mallot puesto y de que cuando llevas 200 km recorridos te da igual beberte la Coca-Cola caliente con el sudor de otro corredor que ha caído en el vaso después de echarse por encima una esponja llena de agua.

Desde luego lo que más me ha gustado además del buen rollo que había entre los voluntarios ha sido el humor de algunos atletas. A mi desde luego me chocó cuando en el kilómetro 21 de la vía verde, que estaba yo ahí en una carpa de suministros, a 20 metros antes de que un corredor llegara a donde estaba se pusiera a gritar "UN MONTAÍTO DE LOMO" cuando acababan de pasar compañeros suyos que no tenían nada que envidiar al rostro actual de Tuthankamon. Qué tios, qué máquinas!


Bueno, y los buffet libres! Qué maravilla! Cuánto obeso suelto. En el desayuno me puse unos croassans y entonces, veo patatas fritas bacon, huevos... y digo "QUÉ PUÑETAS, COLESTEROL A MÍ!" Y ahora soy unos gramos más gordo.

Pero me lo estaba pasando tan bien que digo "por qué no hacer el imbécil y hacerme un esguince?" y entonces ELLOS dijeron "A POR JAVI!" y millones de almohadas y cojines se abalanzaron sobre mí ante la mirada de mi hermano Jaime que se reía como un psicópata de mi desgracia. Intenté coger un colchón y utilizarlo como una barrera pero sus cojines eran demasiado largos y penetraban por los costados del mismo, golpeándome en la cabeza y las partes vitales. Me sentía aturdido... eran demasiados para mí, debía aceptarlo, no podía contra ellos. Mi cuerpo se encontraba en un callejón sin salida, mi destino era sucumbir... Pero yo me negaba a tirar al suelo mi almohada 100% algodón vegetal y aceptar la cobarde derrota del soldado que no lo dio todo antes de morir, antes de intentarlo todo. Por ello, el honor se impuso a la coherencia y tome la decisión de un último ataque, un ataque masivo, un ataque mortal, un ataque suicida.

Mi último objetivo se basaba en tirar aquel colchón sobre un par de ellos, mis enemigos. Justo después pasarme a la cama paralela atizando en la cabeza a otro y por último, saltar sobre otros dos sin precisión alguna. Simplemente acabar encima suya y hacerles perder el equilibrio. Con suerte caerían al suelo y se golpearían con algún objeto punzante en la cara o en los cataplines. Era el plan suicida perfecto.

Entonces comencé mi último ataque. Me deshice de mi barrera colchonera empujándola contra mis atacantes, pero creo que se calló hacia el lado incorrecto porque en cuestión de un momento me dieron tres almohadazos en la cara, un cojinazo en el ojo y un objeto no identificado pasó a escasos centímetros de mi oreja. El inicio del plan no había sido el planeado.

Pasé muy aturdido a la segunda fase, pero estaba tan desorientado que no sabía a dónde tenía que ir. Almohadas se propulsaban hacia mi mientras los que las manejaban reían a carcajadas como auténticos locos. Yo no podía ser menos, debía aparentar dureza en mis últimos momentos. Comencé a chillar como una chinchilla guerrera y golpeé en la cabeza a otro de ellos... bueno, eso era lo que tenía planeado porque me di cuenta de que no tenía mi arma. Un cojín volador procedente de la otra punta de la habitación impactó en mis costillas bloqueando mi capacidad de respirar. Empecé a comprender que todo estaba perdido, que mi plan había sido una auténtica bazofia, que su estrategia numerosa era mejor que mis planes suicidas de retrasado mental... Así que salté sobre los dos atacantes que más cerca tenía. Me impulsé desde la cama y salté... volé... Por un momento mi cuerpo quedó suspendido en el aire, como a cámara lenta... Almohadas volaban girando alrededor mía. Si hubiera mirado hacia abajo abría visto cuerpos esparcidos por el suelo aplastados por mi colchón y puños cerrados que intentaban, en vano, golpearme (mi plan no había salido tan mal a fin de cuentas). Pero ahora debía aterrizar.

El aterrizaje debía ser caótico y preciso al mismo tiempo. Debía caer sobre mis enemigos y caer de pie, para morir de pie. Justo empezaba la gravedad a devolverme al suelo que me vio nacer y me vería morir, abrí los brazos para golpearles y estiré mi pierna para aterrizar... Pero un colchón me atizó en la espalda, perturbando mi trayectoria de caída y mi orientación... Mi pie, entonces, tocó tierra con un mal ángulo, se dobló de manera antinatural hacia adentro y gritos, dolor... negro.

Y aquí estoy chavales, con la pata en alto. Sin haber ido a clases. Con la despensa vacía. Sin ducharme. Sin muletas. Después de haber hecho doblemente el ridículo en el hospital moviéndome yo sólo por las salas en una silla de ruedas impulsada por mi único pie sano. Siempre acompañado del chirrío de una rueda oxidada y mi impactante velocidad de 0,1 km por hora (me tuvieron que llamar 3 veces en mi camino de la sala de espera a la consulta, pero es que mi vehículo no daba para más caballos oye).

Pero bueno, la experiencia ha sido exquisita y me lo he pasado muy bien. Ahora bien, no puedo decir lo mismo de mis próximas tres semanas 

Saludos vendados!

No hay comentarios:

Publicar un comentario