viernes, 10 de enero de 2014

La vida misma

Señores, señoras. El mundo se va a la mierda.

Hace unos días tuve la desgracia de tener internet en el móvil. Tuve la desgracia de poder estar conectado las 24 horas de los 365 días del año. Tuve la desgracia de poder empezar a dejar de mirar los árboles cuando voy en el bus.

Me encantaría saber lo que piensan los abuelos todas las mañanas en el autobús, con sus artrosis y sus pelos en las orejas, al ver a la juventud con el cuello en un ángulo propio de un exorcismo clavando sus pútridas córneas carcomidas por el cáncer que desprende la pantalla de sus móviles. De verdad, es repugnante.

Perderse la oportunidad de ver como vuela una paloma tras los primeros rayos de sol, como defeca un perro al lado de una farola, como fuma su porro algún drogadicto en la calle, como pasea una orda de abuelas cotillas creyéndose divinas con sus tres pelos estropajosos en formas extrañas, y sus potingues de colores que hacen que sus poros supliquen luz solar y transpiración de forma desesperada. Todas esas cosas nos las perdemos todas las mañanas a cambio de saber el frío que tiene nuestra amiga cursi pija repelente y lo agustito que se quedaría ella, vaga de mierda, en su camita en vez de ir a clases porque es "mortal e inhumano tener clases tan temprano".

Además, a nivel personal, también pierdo la oportunidad de ligar en los autobuses, que como sabréis, es mi único y exclusivo coto de caza. Pero a uno le entran más ganas de dar amor a una comadreja parda común antes que a un ser zombificado con las vértebras del cuello sobresaliendo cual joroba de dromedario, los ojos inyectados en sangre y un cerebro de chupóptero social.

Hasta aquí mi reflexión. Pasen un buen día y vayan a ver El Hobbit con sus amigos.

Azucarudos.

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